Este 26 de septiembre se cumple un año de la desaparición forzada de 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa y la herida sigue abierta, sigue sangrando, pues de estos futuros profesores nada se sabe con claridad.
Las múltiples versiones de las autoridades, la falta de sensibilidad del presidente Enrique Peña Nieto, han provocado que las familias de estos jóvenes y diversos sectores de la sociedad hayan perdido la confianza y tomen con reservas cualquier nuevo indicio o resultado.
En los últimos días, la Procuraduría General de la República, a través de la prensa, informó que forenses de la Universidad de Innsbruck identificaron material genético del normalista Jhosivani Guerrero de la Cruz, en restos hallados en Cocula.
La procuradora Arely Gómez informó que la muestra coincidió con el material genético de su madre.
Sin embargo, los padres de los 43 que hacen falta no confían plenamente en esta versión, pues creen que podría ser otro engaño del gobierno federal con el propósito de terminar con su búsqueda, con su lucha y la de muchos que se les han sumado.
Por estos mismos días, se detuvo a Gilgardo López Astudillo «El Gil», presunto líder de la célula delictiva Guerreros Unidos.
El viernes pasado, se dio a conocer que esta persona había aceptado su participación en la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, el 26 de septiembre del 2014.
También reconoció vínculos con Sidronio Casarrubias, otrora jefe de los Guerreros Unidos.
Sin embargo, los padres de familia se están apegando a las investigaciones que realizan organizaciones alternas, como es el caso del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), nombrado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que a principios de este mes entregó un primer informe de su investigación y reconstrucción de los hechos, con el nombre “Informe Ayotzinapa. Investigación y primeras conclusiones de las desapariciones y muertes de los estudiantes de Ayotzinapa”.
A lo largo de seis meses han realizado este trabajo, en el que también han tenido la colaboración de las secretarías de Gobernación y Relaciones Exteriores, así como de la PGR, legisladores y diversos funcionarios.
En su informe se toca el lado humano, se aborda el dolor de la desaparición forzada, las consecuencias de la pérdida incierta y ambigua, así como sus esperanzas de encontrarlos. También el impacto del quiebre en la confianza frente al Estado debido a la intervención de fuerzas de seguridad del Estado en los hechos.
Sobre la reconstrucción de los hechos destaca que los ataques contra los normalistas incluyeron nueve escenarios y episodios de violencia diferentes, en los cuales murieron seis personas, entre ellas dos normalistas que fueron ejecutados con disparos a quemarropa y otro más torturado y después asesinado. Además de los 43 jóvenes desaparecidos, otras cerca de 120 personas sufrieron ataques contra sus vidas por ser objeto de disparos; casi 40 de esas personas resultaron heridas, algunas de ellas de extrema gravedad, además de que un grupo de 14 normalistas fue perseguido.
También se ha demostrado que existía información compartida de lo que estaba sucediendo en el ataque a los normalistas entre diferentes corporaciones del Estado a través del C-4 y a través de otros mecanismos e instituciones.
Además el GIEI revela una serie de inconsistencias y omisiones en las versiones ofrecidas por las autoridades, principalmente en las diferentes declaraciones de que los estudiantes fueron llevados a Loma de Coyotes, a una Casa de seguridad de las Lomas, al basurero de Cocula y que se trataba de un ataque a un autolavado denominado Los Peques de los Benítez Palacios.
Así como la omisión de que existía un quinto autobús en la historia, de Estrella Roja, cuyos tripulantes sobrevivieron, lo cual puede ser significativo para explicar la agresión a los normalistas, pues los expertos señalan que se debe tomar en cuenta de que existen procesos abiertos en EEUU sobre tráfico de heroína entre Iguala y Chicago, y que dicho tráfico se hace, en parte, a través de autobuses.
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