Editorial

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Hace días, en las montañas del municipio de Lerma surgió la organización Rayo de Luz, cuya finalidad, a decir de sus organizadores, es rescatar las tradiciones; los usos y costumbres de la cultura Otomí. Para tal efecto, promueven la unificación, hacer a un lado el distanciamiento personal; que las personas se vean como seres de una misma especie, sin rencores, no prejuicios, como ocurría antaño en que había mucho respeto entre nuestros antepasados.

Y lamentaron la transculturización que llegó con la conquista de los españoles, quienes impusieron su idiosincrasia occidental, imponiendo que debe haber un señor o manda más y vasallos que deben de obedecer sumisamente; que debe prevalecer la fuerza sobre la debilidad.

De ahí que los organizadores consideraron necesario trabajar muy duro en lo referente al auto estima, a la unificación de las personas, para posteriormente intercambiar puntos de vista y experiencias de la diversa problemática por la que atraviesa la ciudadanía, para de esta forma, de manera colectiva encontrar alternativas de solución.

Sin lugar a dudas las intenciones son buenas, sanas y dignas de encomio, pero para lograr los objetivos planteados, deberán de trabajar mucho quienes confluyan en Rayo de Luz, vencer todo tipo de ambición, hacer a un lado el caudillismo que es lo que ocasiona entre los seres humanos la existencia de castas; de personas de primera, segunda y hasta de tercera.

Para tener éxito, quienes participen en mencionado proyecto deberán de ser personas sencillas con convicciones de querer aportar algo positivo para la agrupación, para sus familias, para la población. ¡En hora buena!, que nazcan ese tipo de proyectos por toda la perla mexicana, ya que es la única forma de erradicar tanta violencia haciendo uso de una movilización pacífica.

Es la única forma de desaparecer la pobreza, de trabajar en comunidad por el bien de todos.

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