Los gobernantes y los políticos no aprenden a vivir en paz, con democracia y tolerancia. A cohabitar con sus semejantes. Si en campaña proselitista esta fauna tuvo buenas intenciones, al llegar al poder cambian; dan un giro de 360 grados para ponerse a las órdenes de unos cuantos: de los dueños del capital.
Al llegar al poder los gobernantes y los políticos saborean la miel de la riqueza que les comparten sus patrones, olvidándose totalmente de las promesas y de las convicciones: de la conciencia de clase, si se trata de entes que sufrieron carencias.
Mientras en el país los intereses personales y de grupo persistan, poco avance habrá y se seguirá afectando a la clase trabajadora, llámense obreros, campesinos o empleados de alguna dependencia oficial, o de la iniciativa privada, el objetivo de los gobernantes es aplastar a los trabajadores, mantenerlos arrinconado e ignorantes.
De ahí que en pleno siglo XXI, la educación y lucha de clases esté a la orden del día en la sufrida perla mexicana que soporta toda una serie de acciones violentas a cargo del crimen organizado; que sindicatos como el de electricistas, y de los maestros federalizados se vean en la necesidad de realizar toda una serie de acciones en defensa de su fuete de trabajo y, por supuesto, de sus derechos laborales.
¿Hasta cuándo aprenderemos a vivir en democracia?, a respetar los derechos de los demás. Y si hay necesidad de hacer reformas o adecuaciones a las leyes, los sectores sociales involucrados sean tomados en cuenta para, de esta manera, sacar adelante formas de gobierno consensuadas.
Ni hablar. A los ciudadanos no nos queda de otra que aplicar en épocas electorales el voto de castigo, para ya no impulsar o llevar al poder a quien sólo sirve a sus intereses o a unos cuántos, como vemos cotidianamente hoy día. Falta sensibilidad a los políticos.