La terna de candidatos fue propuesta por el presidente Enrique Peña Nieto el pasado 17 de febrero y estaba integrada, además de Medina Mora, por los magistrados Felipe Alfredo Fuentes y Horacio Armando Hernández.
A decir de algunos perredistas su designación ya estaba pactada y al igual que el nombramiento de la Procuradora, Arely Gómez, fue sólo un trámite en el Senado, a pesar de que en ese recinto legislativo tienen la facultad de decisión. Al final, fueron 83 votos a favor; 52,000 firmas en contra, mismas que fueron entregadas físicamente en el senado.
Y a pesar también del cuestionamiento de varios sectores de la población, entre ellos, intelectuales, organizaciones de la sociedad civil, políticos y académicos que argumentaron a través de firmas, declaraciones y evidencias de la incapacidad y la incongruencia de que Eduardo Medina Mora fuera designado como Ministro de la Suprema Corte.
Ahora, con Medina Mora como ministro en la Suprema Corte nos cuestionaremos si los Poderes de la Unión tienen la independencia que se presume necesaria, o si un Poder sirve al otro y no a quienes deberían servir, al pueblo. Más aún, si el Poder Legislativo es un Poder independiente al Ejecutivo, ahora con el “Ministro amigo” en la corte.
Parece que se nos ha olvidado a todos qué papel desempeñamos en la sociedad y vemos a los funcionarios como las grandes figuras inalcanzables a quienes no se les exige y que su manera de actuar con el dinero del pueblo, siempre será justificada.
Esperemos que el Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación no actúe como Virgilio Andrade, poniéndose “a las órdenes del Jefe”. O que igual que el consejero del IFE que renunció una vez que ya había cumplido con su cometido de exonerar a Peña Nieto y al PRI de sus gastos excesivos en campaña.
Porque al ser nombrado ministro no deberá rendir lealtad a quien lo promueve o sugiere sino que adquiere una responsabilidad con la República, con su país, con el país de todos.
Confiamos en que la institución y la investidura le dé a Eduardo Medina Mora la valentía, la honestidad y la sabiduría e imparcialidad que un Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación debe tener para hacer su trabajo. No queremos ver a un ministro que sólo haya sido seleccionado para defender a Enrique Peña Nieto durante los próximos 15 años.