Luis Zamora Calzada

15 de septiembre

Los alumnos ya están formados, listos para participar en el desfile de la cabecera municipal, a unos metros de la columna se ve a un estudiante corriendo hacía la concentración, va con suéter del uniforme en la mano, llega todo sudoroso por la carrera para llegar al lugar; hay cierto temor en su rostro porque no lo dejan incorporarse a las filas ya integradas, el viernes 15 de septiembre les dijeron que llegaran muy temprano si querían integrarse al contingente.

“Maestra se me hizo tarde, vivo muy lejos y no había camiones, esperé mucho tiempo pero no pasaba ninguno, hasta que un vecino que venía para la cabecera me dio un aventón”. Le dice a su maestra.

“¡Alejandro mira como vienes!, ponte ese suéter para que te formes”. Le contesta la maestra.

Presuroso se pone la prenda y no puede evitar que su profesora vea que el codo derecho está roto, lo que le apena por lo notorio del agujero que intenta tapar con la mano izquierda, sobretodo porque resalta sobre la manga de la camisa blanca que lleva puesta.

“¿Y la corbata?, ponte tu corbata”. Le requieren.

Totalmente nervioso se lleva las manos a la bolsa del pantalón, como queriendo encontrar la corbata, que no aparece después de varios intentos.

“Creo que se me cayó en el camino maestra, no la encuentro”. Dice el alumno.

Eso sí si bien lleva el suéter roto e incluso sin corbata lo cierto es que va muy bien peinadito, con la camisa limpia y con ganas de estar con sus compañeros.

Un día antes, el 15 de septiembre, el alumno solicitó salir temprano de la escuela secundaria, va en segundo grado y es repetidor, el ciclo escolar pasado abandonó las aulas, como consta en la estadística de deserción de la institución.

Fue y sigue siendo muy inquieto, es uno de esos alumnos que suelen dejar huella en sus maestros, algunos docentes lo recuerdan “relajiento y desastroso”, sin dejar de cumplir con las tareas que suelen imponer las escuelas para la acreditación de sus cursos.

El primer grado de secundaria lo concluyó con buen rendimiento y aseguran que iniciaba bien el año pasado, pero después del 15 de este mismo mes del 2016, dejó de asistir, inicialmente no se supo porque.

“Maestra le manda este recado mi papá, que si por favor me deja salir temprano hoy”, le dijo a la responsable de la institución.

“Pero Alejandro ¿y tus clases?, ya sabes que tus maestros son muy exigentes además estamos iniciando el año, ¿se puede saber para que te quiere tu papá temprano?” le pregunta la maestra.

El rostro del jovencito se pone triste, de sus ojos saltan hilillos de lágrimas que sorprenden a la maestra.

“Es que mi mamá cumple un año de muerta, falleció el año pasado y le vamos a hacer su misa”, responde Alejandro entre sollozos.

“Recoge tus cosas, vete con cuidado, no se te olvide que mañana nos vemos temprano para el desfile”, dice casi de manera automática la profesora.

El alumno se encaminó a la salida de la escuela, no para festejar el Grito de la Independencia como se ha impuesto en el país, fue para ir a la misa de su madre difunta, cuyos recuerdos se anida en su corazón y le producen solo dolor intenso reflejado en sus ojos.

El sábado del desfile llegó con el suéter roto, quizá porque mamá ya no está para coserle esa parte del codo y seguramente la corbata que nunca apareció no la tiene, a veces los papás son más descuidados en esos detalles que hacen ser únicas a las madres que llenan de amor a sus hijos.

“Fórmate que ya vamos a empezar” dijo la maestra, quizá pensando lo anterior.

Alejandro con gusto se integró a la fila, no sin antes saludar con palma y puño a sus compañeros de al lado.

La indicación de avance se dio, el sonido del paso uniforme de los estudiantes dominó el escenario, cada uno con sus sentimientos, alegrías y dolores, algunos muy difíciles pero a pesar de ello la columna de la escuela avanzó; el rumbo y destino de cada estudiante no se sabe, pero mientras en la escuela haya afecto, de esa que dan los buenos maestros, seguramente el éxito estará garantizado para cada uno de ellos.