Pese a lo que digan los políticos en el poder, en el sentido de que vamos saliendo del subdesarrollo y hasta nos comparan con otras naciones de primer mundo, en materia de corrupción seguimos dando que desear; es un mal latente, daña todo lo que se encuentra a su paso, como un tsunami.
A manera de broma, se dice que en estudios internacionales sobre corrupción damos mordida para no aparecer en los primeros lugares. El “moche”, “la mordida”, “la del Puebla”, es parte ya de nuestra idiosincrasia, por eso no es raro ver este fenómeno en las distintas esferas de la sociedad; se observa en la calle cuando un policía de tránsito estira la mano o enseña el reglamento para pedir una dádiva a cambio de no levantar una infracción.
En las procuradurías o fiscalías vemos que los ministeriales “flexibilizan” su actuar al recomendar un arreglo personal entre las partes involucradas para evitar crear una carpeta de investigación, dando a entender que no los dejen fuera del trato económico. Los agentes ministeriales piden “para la gasolina”, sólo de esta manera estarían en condiciones de iniciar una investigación que les permita resolver un caso.
La corrupción la vemos hasta en los partidos políticos, incluso en los llamados de oposición. Todos en tiempos electoreros pagan dinero a promotores del voto, y estos llegan a salpicar a los líderes natos para avanzar en el objetivo. Las cúpulas les hacen llegar despensas para ser entregadas a cambio del sagrado sufragio que llevará al poder a unos cuantos, aunque luego se cobren el favor, se despachen con la cuchara grande.
Por cierto, en elecciones es cuando más apoyos derraman a la población. El asunto es permanecer en el poder o tener presencia en lugares específicos donde dominarán a las masas, “manejando” los impuestos a su libre arbitrio. Por ello, con el paso del tiempo conocemos casos de políticos que se enriquecieron de manera inexplicable.
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